Los párrafos en maquetación
La escritura espaciada y los precedentes del párrafo
Si nos dijeran que descompusiéramos una obra editorial (ya sea un libro, una revista o cualquier otra pieza similar) una de las primeras cosas que anotaríamos en esa desfragmentación serían los párrafos. La página de un libro, como ya dijera Jorge de Buen Unna, es como un cuadro: una vez que terminamos de definir la caja tipográfica con todos sus márgenes y distribución del espacio acorde a las proporciones de la página, no tendríamos compuesto más que el marco; los párrafos son la verdadera obra de arte. En una misma pieza editorial todos los párrafos que, a priori, podríamos percibir como independientes, pasan a formar parte de un todo que da la consistencia necesaria para tener unidad y no parecer desequilibrada.
Por otro lado, aunque nosotros estamos plenamente familiarizados con el párrafo, realmente es un invento relativamente reciente. En el estilo antiguo de escritura romana, el denominado scriptura continua, no existía una separación entre palabras y apenas se empleaban signos de puntuación. Por supuesto, el párrafo era algo inexistente. Según palabras de Paul Saenger, «los romanos eran reacios a emular otras prácticas […] que pudieron haber ayudado a los escribas griegos en el control del texto no separado. La foliación, la paginación y el uso de lemas, todos presentes en los códices griegos en papiro, nunca fueron empleados por los romanos, y la separación en párrafos se recibió en el latín solo con vacilaciones y a menudo confinada a ciertos géneros»,
Finalmente, los textos con palabras separadas, vinculados principalmente a la lectura silenciosa (aquella que realizamos sin pronunciar las palabras en voz alta), empezaron a tomar forma a partir del siglo VII, aunque no fue hasta el siglo XII aproximadamente cuando la escritura espaciada logró imponerse.
La foliación, la paginación y el uso de lemas, todos presentes en los códices griegos en papiro, nunca fueron empleados por los romanos, y la separación en párrafos se recibió en el latín solo con vacilaciones y a menudo confinada a ciertos géneros
El precedente de la escritura con espacios tuvo lugar en el siglo V, cuando el papa Dámaso I encargó a san Joaquín una Biblia que consiguiera acercar las enseñanzas de esta obra editorial a los profanos. Se la conoció por vulgata editio precisamente por esto. San Joaquín introdujo dos importantes novedades que marcarían un antes y un después en la historia de la escritura: por un lado, se alejó de la elegante sintaxis de Cicerón para reducirla a una sencilla estructura de sujeto-verbo-predicado, que resultara más fácil de comprender, y que propició la aparición de espacios entre palabras. Por otro lado, aisló las oraciones per cola et comata, es decir, en párrafos aparte. Todo esto resultó en un sistema que facilitaba la lectura y el recuerdo por parte del lector.
La separación de los párrafos
Antes de que se impusiera la costumbre del párrafo y aparte, durante la Edad Media era muy común encontrar manuscritos escritos en renglones seguidos cuyos párrafos se separaban con un calderón (¶) o algún ornamento similar, normalmente pintado en rojo. Esta parte del proceso de elaboración de un manuscrito, que solía realizarse después, recibía el nombre de rubricación (proveniente de la palabra latina rubrico, que significa «colorear en rojo»). Se acostumbraba a dejar los espacios en blanco que el rubricador más tarde tendría que ornamentar con calderones. Sin embargo, en muchas ocasiones los manuscritos quedaban sin rubricar, lo que propició que el lector se acostumbrara a ver espacios en blanco al inicio de cada párrafo. He aquí el origen de la sangría, de manera accidental y casual, pero que pronto se convirtió en la norma que llega hasta nuestros días.
Los tipos de párrafo
Principalmente se suelen utilizar dos tipos distintos: el párrafo ordinario o normal, que es aquel cuyos renglones llegan de margen a margen; y el párrafo quebrado, que puede estar compuesto en bandera a izquierda o a derecha. Sin embargo, en esta lista voy a incluir el resto de tipos de párrafos existentes para hacer más completa la información.
Párrafo ordinario
También conocido como párrafo normal, es uno de los más complicados de maquetar, puesto que depende de la elasticidad de los espacios. Su característica principal es que el texto cubre toda la línea de un margen a otro. Para poder evitar ciertas irregularidades, hay que ser meticuloso en el manejo del espaciado entre palabras.
Una característica de este párrafo es su sangría, la cual sirve para establecer la diferencia entre un párrafo y su predecesor. En ocasiones se afirma que una línea corta al final del párrafo es suficiente para establecer el fin de uno e inicio de otro, pero esta marca a veces resulta imposible en ciertas publicaciones en las que la línea final de un párrafo ocupa casi todo el reglón, dejando un espacio en blanco al final poco visible y que dificulta la diferenciación de párrafos. Por ello siempre resulta preferible incluir una sangría de primera línea.
El célebre tipógrafo Jan Tschichold hablaba así de la sangría a mediados del siglo pasado: «Hasta el momento no se ha inventado ningún artificio ni más económico ni tan bueno para señalar un nuevo grupo de oraciones. No han faltado intentonas, por cierto, de reemplazar el viejo hábito con uno nuevo. Pero destruir algo viejo y sustituirlo con algo nuevo, abrigando la esperanza de que se sostenga, solo tiene sentido si, primeramente, hay la necesidad de hacerlo y, en segundo lugar, si el nuevo artificio es mejor que el anterior».
Párrado quebrado
El párrafo en bandera o quebrado es el que se encuentra alineado por uno de sus lados. Aunque es uno de los párrafos más habituales a día de hoy, los amanuenses lo evitaban a toda costa y hacía lo posible por crear bloques de texto regulares. Esta costumbre también fue común en las obras editoriales de la imprenta, llegando a perdurar durante mucho tiempo.
Sin embargo, desde hace aproximadamente dos siglos, y gracias a influencias como la de la máquina de escribir, el párrafo quebrado ha ganado terreno y es ya algo cotidiano. Aunque a priori pudiera parecer un párrafo sencillo de componer y al cual recurrir si no se es demasiado habilidoso en la composición de párrafos ordinarios, no es así: es preciso tener cierta destreza y evitar irregularidades en el margen en bandera para lograr textos armónicos y bien compuestos.
Párrafo en bloque
Consiste en un ir paso más allá del párrafo alemán En este caso todas las líneas (incluida la última) están completas de texto de margen a margen. Este es, sin duda, el párrafo más difícil de maquetar. Si no disponemos de cierta flexibilidad (por ejemplo, cambiando algunas palabras por sinónimos que se ajusten mejor al espaciado), maquetar un párrafo en bloque puede convertirse en una auténtica pesadilla. Un incorrecto tratamiento del texto podría dar lugar a ríos y calles, entre otros efectos indeseables.
Párrafo epigráfico
También llamado párrafo centrado, es muy similar al párrafo español, y es aquel cuyo texto aparece de manera centrada tomando como referencia una guía imaginaria en el centro a partir de la cual se distribuyen las palabras hacia los márgenes. A pesar de ser una estructura muy interesante y de gran estética, suele reservarse para textos muy concretos de corta extensión ya que la lectura puede resultar complicada. Un poema es un texto clásico para los párrafos epigráficos.
Párrafo con base de lámpara
Consiste en párrafos en bloque donde las últimas líneas se van acortando de manera consecutiva para crear una base triangular. Este bello párrafo logra crear efectos muy visuales, ideales para ciertos apartados especiales de un texto, como podría ser el final de un capítulo o una sección. El párrafo con base de lámpara puede llegar a convertirse en un auténtico quebradero de cabeza ya que debemos hacer una gran labor para lograr triángulos completos sin malograr el texto. También podemos encontrar el párrafo con base de lámpara invertida.
Párrafo alemán
También llamado párrafo moderno, es aquel que, al igual que el párrafo ordinario, está compuesto en bloque y cubriendo de texto de un margen a otro, pudiendo quedar la última línea corta. La principal diferencia es que este no posee sangrías.
En este párrafo hay que tener cuidado con ciertos detalles, como el hecho de evitar que los puntos y seguido queden al final de la línea, ya que podrían confundirse con un punto y aparte.
Párrafo francés
Este párrafo podría decirse que es el caso inverso al párrafo ordinario: en este caso todos los renglones van con sangría, a excepción del primero. Es muy útil en ciertas listas u obras editoriales, como puede ser un diccionario o enciclopedia, en las que el lector necesita buscar y encontrar términos rápidamente. De esta manera queda destacada y sobresaliente la palabra que nos interesa. No es apropiado en proyectos editoriales en los que precisemos de cierta economía tipográfica, ya que se pierde bastante espacio para componer debido a la sangría en todos los renglones. Aunque se puede componer en bandera, lo más habitual es verlo en bloque.
Párrafo español
Más que párrafo, se le suele denominar «triángulo» español. Es un párrafo que denota las peripecias que solían emplear los antiguos tipógrafos para luchar contra la asimetría. Consiste en un párrafo en bloque cuya última línea se encuentra centrada y que no suele llevar sangrías. No es muy habitual, y se suele reservar para ciertos destacados como dedicatorias, sumarios o poemas.
El párrafo español es aquel cuya última línea se encuentra centrada y que no suele llevar sangrías
Y después de este breve repaso por la historia del párrafo y sus tipos, dime… ¿cuál es tu preferido?
¿Qué opinas?